Tras recuperarse del combate con los monstruos tentaculosos, los cuatro jóvenes maestres y sus tres compañeros deciden explorar el túnel de la derecha. El oscuro y húmedo túnel los llevó cada vez más lejos de Cyrus, al punto de sorprender a los maestres cómo alguien podía hacer un túnel tan largo y monótono.
Luego de una hora de camino, Galton dio un paso en falso y cayó a un gran pozo de unos 15 pies de profundidad. Pero la caída no fue lo peor, sino que el pozo se encontraba lleno de ciempiés. Las pequeñas criaturas treparon por su armadura y lo picaron incontables veces mientras los demás le arrojaron una cuerda para que saliera del pozo. Algunos ciempiés treparon hasta el túnel y atacaron al enano Athrogate. Los ataques del grupo no fueron tan efectivos como deseaban, hasta que Galton puso a buen uso una de sus antorchas para espantar a los bichos.
Mientras el grupo cruzaba el pozo, Greg se adelantó unos pasos para explorar. Sin embargo, la suerte no lo acompañó pues activó una trampa que perforó su tórax con una estaca envenenada. Por lo menos sobrevivió y pudieron continuar.
Más adelante, Milo encontró dos tipos de pequeñas huellas que se adentraban en el túnel. Un conjunto parecía pertenecer a halflings, y el otro a alguna clase de palmípedo. ¿Halflings subterráneos con patos como mascotas? ¿Qué extraña clase de seres vivían en estos túneles?
Varios minutos más tarde llegaron a un cruce en forma de "T" provocado por un arroyo que corría transversalmente al corredor. Los exploradores tomaron por la izquierda, aguas arriba, hasta que escucharon un extraño silbido. Parecía que algo (o alguien) estaba entonando una canción, pero no era un silbido normal.
Armas en mano, llegaron a una caverna habitada por pequeños seres casi inmóviles que observaban a los exploradores en silencio, con suma curiosidad. Parecían halflings pero estaban cubiertos por extrañas protuberancias y costras, como si su propio cuerpo estuviera compuesto por carne y hongos a la vez. Drynwade los bautizó "halfongos" a falta de un mejor término.
Milo intentó comunicarse con ellos silbando una canción (La Tonada de Aguas Quietas), pero las criaturas permanecieron quietas. El extraño silbido volvió a aparecer, y su origen estaba claramente detrás de los pequeños halfongos. Galton se mostró muy pacífico con las criaturas, quienes lo dejaron pasar hacia el cuarto del fondo. Acompañado de sus compañeros, el paladín encontró al líder de los halfongos, un individuo similar pero más animado. Era él quien silbaba intentando imitar La Tonada, pero no hablaba ningún idioma conocido por los jóvenes maestres, por lo cual utilizaron señas para intercambiar información.
El jefe halfongo les mostró un enorme cartel con un hombre propulsado por un gran tubo metálico titulado "El Circo de los Hermanos Salagari" y un pequeño escritorio repleto de chucherías. El hombrecillo era a la vez simpático y horripilante, y reverenciaba el cartel del circo con mucho orgullo. Mientras Milo lo distraía, Drynwade descubrió una pequeña bolsa con tres anillos dentro. Los aventureros averiguaron (mejor dicho, interpretaron) que aguas abajo había algo peligroso y también una salida a la superficie. Finalmente, Iñigo le regaló una porción de raciones en agradecimiento y el grupo partió a continuar su camino.
Jugando en el camino, Drynwade descubrió que dos de los anillos eran simples bandas de metal, pero el tercero era mágico. El maravilloso objeto lo hacía más ágil, como si fuera más liviano. Drynwade entregó su hallazgo a Galton para que el sabio paladín decidiera qué hacer con él.
Aguas abajo, el arroyo recibía un afluente que engrosaba su caudal considerablemente. Por ese camino, los exploradores encontraron un muelle rústico y un par de muros artificiales con una puerta que se abría deslizando hacia un lado. El cuarto que descubrieron tenía una puerta en la pared opuesta y estaba muy chamuscado, con lo cual los aventureros más experimentados sospecharon que había una trampa. En efecto, algunas baldozas sellaban la puerta y activaban unas enormes lenguas de fuego.
Lentamente, por el método de prueba y error, Iñigo y Milo fueron descubriendo las baldozas que activaban la trampa utilizando tablas tomadas del muelle. Si bien Drynwade aseguró la primera baldoza, sus compañeros estaban ansiosos por llegar al otro lado, tanto así que dejaron el resto de las baldozas como estaban y Athrogate derribó la puerta opuesta a golpes.
Tras la puerta descubrieron un largo corredor que llevaba a una sala llena de contenedores de metal. Dichos tanques estaban conectados a la sala de fuego a través de varios tubos, un aparato realmente complejo. El otro extremo del corredor terminaba en un pequeño salón de distribución con dos puertas más: un pequeño dormitorio y un gran y siniestro altar.
Al abrir la puerta del altar, los exploradores fueron testigos de una fantasmagórica imagen. Tres humanoides traslúcidos con cabeza de serpiente se encontraban sacrificando a una víctima sobre el altar. Tras el horrendo espectáculo, los fantasmas atacaron a los aventureros. El más peligroso de todos susurraba horribles sugerencias en las mentes de los jóvenes, atentando contra su moral y buenas costumbres. Su presencia era tan poderosa que confundía a aquellos que se encontraban cerca.
Iñigo hizo retroceder a los espectros mientras Galton los desafiaba a duelo sagrado. El resto del grupo combatió con valor, a pesar que sus armas no hacían el mismo daño que contra enemigos corpóreos. Por otro lado, los hechizos del clérigo y la protección de la Dama del Lago fueron muy efectivos. Greg estaba convencido que todo era parte de una ilusión, pero igual ayudó en el combate porque sus amigos estaban convencidos que se encontraban en peligro.
Tras el combate encontraron un compartimiento secreto con dos dagas idénticas pero bastante siniestras. A Milo le gustaron y las tomó como nuevas armas de combate.
Desde el altar se podía acceder a un dormitorio principal y un conjunto de tres celdas para prisioneros que se encontraban vacías. El dormitorio contaba con una enorme cama y un conjunto de maquillaje que fue rápidamente requisado. Los exploradores volvieron al salón de distribución y encontraron una puerta secreta que permitía el acceso a una escalinata ascendente.
Antes de continuar, el grupo descansó en el túnel del arroyo, donde el aire era más fresco. Una vez repuestos, subieron la escalinata que descubrieron antes y hallaron otra puerta secreta. Al abrirla, la linterna de Milo iluminó el rincón de un gran cuarto, cuyas paredes opuestas no alcanzaron a ver por falta de luz. Cuatro cuerpos les daban la espalda, y los cuatro se encontraban comiendo algo que no pudieron distinguir. Iñigo y Galton los identificaron como muertos vivos, zombis carroñeros. El ruido a más monstruos comiendo (mucho más que cuatro) puso en alerta a los aventureros, quienes rápidamente cerraron la puerta.
Pensaron un poco la mejor forma de atacar y volvieron a abrir la puerta. Galton, Milo y Drynwade tomaron posiciones contra la pared. Greg abrió fuego contra el zombi más cercano, dejando un hueco en su formación rectangular. Iñigo cargó hacia el hueco y canalizó una vez más la luz divina de Kord, destruyendo varios zombis e iluminando al resto. Había treinta criaturas en total en el cuarto, por lo que Iñigo retrocedió entre sus compañeros.
El combate fue muy caótico, pues los zombis cargaron contra los aventureros y comenzaron a golpearlos sin piedad. Uno de ellos tomó a Milo de los tobillos y lo lanó hacia atrás para que otros lo atacaran en el piso. El halfling sobrevivió y salió de ese aprieto, pero luego le tocó el mismo destino a Galton y Athrogate. Los flechazos de Greg y los rayos de energía de Darmok salían de la puerta secreta uno tras otro mientras el resto combatía cuerpo a cuerpo con los zombis.
Cuando todo parecía mejorar, surgió desde el otro lado del cuarto una bestia gigantesca, un zombi colosal con varios fragmentos de otros zombis asomándose de su vientre. Una visión desagradable, por decir algo. El grupo entero dedicó toda su energía para abatir a la bestia, que comía cadáveres y escupía zombis listos para continuar luchando. Drynwade y Milo flanquearon al coloso contra Iñigo y Galton, quien valientemente desafió a la monstruosidad y protegió al resto.
Al caer la bestia al suelo estruendosamente, los aventureros pausaron un minuto y tomaron aire. Un aire repugnante, debido a los más de veinte cadáveres descompuestos que había en la sala, pero aire al fin.
La pregunta que todos se hacían en su mente pero nadie se animaba a pronunciar fue: ¿dónde nos hemos metido?